martes, 22 de noviembre de 2016




Vergara, 10 de marzo del 2013.-
Señoras,  Señores:
                             “Ad maiorem Dei Gloriam” escrito en latín y atribuido a San Ignacio de Loyola, en el idioma español significa textualmente: “A la mayor gloria de Dios”….
Ese, era el lema de José Joaquin Manuel Eloy Arrospide Echeverría, quien había nacido un 25 de junio de 1862 en Tolosa, región de Guipúzcoa, en España.-
Llegó al Uruguay, siendo niño. Cursó estudios en el Seminario de Montevideo, en el Colegio Pío Latinoamericano y en la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma, haciéndose Sacerdote, en el año 1890.-
En 1893, estaba en Pando. Y a partir de 1898, durante 25 años ininterrumpidos ejerció los servicios religiosos en la Parroquia de San Pedro del Durazno.-
Nombrado Obispo de Melo el día 21 de julio de 1922, fue ordenado como tal, el día 25 de febrero de 1923 en Durazno, siendo su ordenante el Arzobispo de Montevideo, Juan Francisco Aragone.-
Fue un gran misionero. Un esforzado apóstol. Un siervo de Dios que vivió siempre a la luz de una profunda fe cristiana y a la par, de renovadas y entusiastas virtudes evangélicas.-
Le llamaron “El Obispo Párroco”. Porque muchas veces suplió en la función, a los sacerdotes que se ausentaban temporalmente de las Parroquias.-
Durante su obispado restauró la Catedral de “Nuestra Señora del Pilar y San Rafael”, en Melo y además, creó entre varias más, las Parroquias de: Fray Marcos, Casupá y San Gregorio de Polanco.-
Falleció en Melo, un 18 de abril del año 1928.-
Exactamente, el día 29 de setiembre de 1923, en horas tempranas de la tarde, junto al Presbítero Pedro Alvarez y numerosa concurrencia del Pueblo de Vergara y sus aledaños, Monseñor Arrospide, plantó una cruz en este mismo sitio, donde hoy nos vemos reunidos.-
Fue un sencillo testimonio, que dejó la misión pastoral que encabezaba el Obispo. En el afán de instruir, educar y estimular la fe católica. Y esa humilde cruz, construida en madera de lapacho por artesanos anónimos, colocada sobre un pequeño pedestal de hormigón, se mantuvo erguida, silenciosa y en pie, durante muchos años.-
Fue una referencia geográfica para el Pueblo y un motivo más de devoción, para la feligresía católica.-
Pero además, fue un impasible testigo que vio forjar tiempos, memorias y generaciones. Mientras la comunidad vergarense tomaba forma, robustecía cimientos de esperanzas y adquiría en forma paulatina, su verdadera identidad regional.-
Sin duda que también fue arte y parte, de las leyendas vergarenses. Y un recuerdo imborrable para aquellos que de niños y en la década de 1960, corríamos detrás de una pelota de fútbol, en el campito de la “Cruz Alta”. O en calidad de adolescentes y liceales, practicábamos atletismo con el Profesor Eduardo García.-
La propia vejez de esa cruz y los efectos adversos del clima, hace unos años atrás la dieron por tierra.-
Ya no está más, la vieja estructura de madera de lapacho….
En su lugar, manos jóvenes y luchadoras, mentes idealistas y constructivas, han plantado una nueva cruz. Que como aquella de 1923, renueva preceptos de dignidad, de altruismo, de respeto y de tolerancia, en la búsqueda del ser humano consigo mismo.-
Hoy, a 110 años de la creación del Pueblo de Vergara, historia y religión, están junto al misterio de la cruz. Comparten su tiempo, conjugan ideas y se ayudan mutuamente, para transitar sin prisa y sin pausa, el duro camino de la existencia terrenal.-
MUCHAS GRACIAS.-

(Leído por el autor ante el público presente en la reinauguración de la “Nueva Cruz Alta” de Vergara, en la fecha arriba indicada).-

Texto: Jorge Muniz.-
Vergara, 22 de noviembre del 2016.-

No hay comentarios:

Publicar un comentario